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viernes, 6 de marzo de 2015

"La fabula del Oso y la Gatita"




Siendo este un año de amplios retos académicos e intelectuales (nos disponemos a participar en varios eventos con ponencias y avanzamos en la culminación de nuestra tesis doctoral) hemos querido trepar a un mundo un poco más profundo, quizás más intimo, como es el de la literatura, un campo que no es precisamente nuestro fuerte ni tampoco el centro de nuestras preferencias, pero que respetamos, al menos en su área de la poesía, pues en él podemos depositar y describir el mundo de nuestros sentimientos, ilusiones y creencias más personales. Así pues, decidimos incursionar muy brevemente en la literatura, pero no a través del género lírico-poético sino un más cómodo para nosotros: el género epistolar, que a través de su estructura se acerca más a nuestro rol de historiadores. Esta obra de ficción corresponde al concurso "Cartas de Amor" para su edición de este año. Escogí el género romántico-amoroso porque es el que más me gusta de la poesía y la música, que tanto siempre ha hablado de los amores difíciles o imposibles. He aquí nuestro resultado, esperando que sea del agrado y satisfacción de quien lo lea:

(El original en la página del concurso está aquí)


Gatica:

¿Recuerdas que alguna vez dijimos que la nuestra sería como “la historia de Lolita pero con final feliz”? Lamentablemente no pudo ser. Todo apuntaba al imposible: la diferencia de edad, el estatus, las familias, incluso nuestros roles…  y sin embargo nos arriesgamos. Para ti fue escalar a lo inalcanzable, para mí era descender a lo prohibido. Y mientras duró, con Dios como testigo y muchas veces como nuestro cómplice, tú y yo supimos que construimos algo único, verdaderamente excepcional y sobre todo muy hermoso. “Si amarte es un pecado, quiero ser pecador; si amarte es sacrilegio, sacrílego soy” cantamos muchas veces.

Sabíamos que era una bella historia, y como lo sentíamos, muchas veces quisimos gritarlo al mundo, pero no podíamos. Siempre fuimos discretos y en particular, tú reconocías ser algo “paranoica”. Quizás debimos ser aún más reservados y dejar todo entre nosotros, pues cuando más y más abrimos la relación a la vida pública, también llegaron las incomprensiones, las malas miradas, los chismes y por supuesto, los chistecitos. Aquél gordito pelirrojo sin vida social, gozó burlándose por Twitter de tu elección amorosa; pero así como hubo momentos amargos, también hubo momentos sublimes cuando lo nuestro se supo: ¿Recuerdas la cara que puso Alejandra cuando nos vio besándonos en mi biblioteca o cuando Guillermo nos conoció? Nos reímos a montón.

Y al evocar el recuerdo de tu risa, también regresan a mi mente -y mi corazón- esa sonrisa tuya y los besos de esa boca, tu mirada vivaz y expresiva, tus particulares manos juveniles que eran ásperas como las de una abuelita, la colección de lunares en tu piel que no te gustaba que contara, y especialmente la seda negra de tu larga cabellera. Pero apenas lo físico es un breve instante en mí recordar, porque lo que valía en ti y marcó mi pecho fue todo aquello que es intangible como tus muchos detalles: tu ternura hacia mí, tu pasión y carácter, tu ferviente deseo por aprender y crecer, tu ambición por superarte, la confianza que me diste y la esperanza que juntos construimos al amar.

Pero todo lo bueno acaba, porque en el Universo nada es eterno, y si las galaxias mueren no iba a ser distinto en la versión heroica y criolla de Humbert y Lolita. Conociste mis defectos y yo los tuyos, convivir con ellos fue un reto y bastante provecho le sacaron a eso los enemigos de nuestra unión. La doctora y el doctorcito, la india de Guayana y sabe Dios quién más te convencieron que “Lo bueno no amarga”, haciéndote olvidar ante los problemas que cada vez afrontábamos, que “en la vida, lo que vale la pena siempre es difícil”. Y así, poco a poco, tres años se fueron extinguiendo como un pálido cirio…

De nada valieron reconciliaciones y regresos ultra secretos, pues si bien tras la tormenta siempre salía el sol, un día con calma lo nuestro no brilló más. “Te amo demasiado, pero no quiero regresar al pasado” me explicabas, diciendo no soportar más un escrutinio implacable de la opinión pública que sólo cuestionaba nuestra heterodoxa unión. Lo que sentías hacia a mi lastimosamente no brillaba más, me dirías también un tiempo después. Y en el mes que falleció aquél famoso político, también lo nuestro murió.

Optaste al silencio y desapareciste pese a que viviéramos en la misma ciudad. La muralla invisible de acero legal finalmente nos separó. Y aunque la última vez que te vi fue en el estacionamiento de ese campus, ya tu mirada no vibraba por mí. Lo que era el fuego de un amor, sólo era el vacío desdén en tus pupilas. Un sol se había apagado.

Como el buen historiador miro mucho al pasado para analizar el presente y escoger mejor los pasos a dar en el futuro. Y así no lloro por lo que terminó y sí sonrío por lo que se dio y lo mucho que quedó: como aquél dibujo que me regalaste y que en tu honor en un marcó monté en mi biblioteca. Todavía ahí el sol sigue saliendo para ellos dos.

Y aunque ya no busco un retorno, porque sé que el agua que corre nunca regresa a las cumbres de donde brotó, simplemente deseo que seas siempre feliz, porque en lo que a mí respecta, sobre ti y tu amor lo que siento ya lo diría hace tiempo Don Ernesto Lecuona: “Yo bien sé que nunca más/ en mis brazos estarás/ prisionera de un cariño/ que fue toda mi ilusión./ Pero nada ha de poder/ que te deje de querer / porque como única dueña / estás en mi corazón

Tu Oso.

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¡¡¡Gracias por leerme!!!

Dantesol

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