Hoy se hizo efectiva la renuncia del Papa Benedicto XVI, primer Papa que en más de 500 años abandona su condición de sumo pontífice, creando un escenario insólito para el catolicismo contemporáneo.
Joseph Ratzinger quien había sido consagrado Papa como Benedicto XVI había presentado su dimisión oficial el 11 de febrero, pasando a la Historia como el primero en hacerlo en casi un milenio. Entre sus razones alegó falta de fuerzas físicas para conducir a la Iglesia.
Sin duda, la conducción de la institución más antigua de Occidente ante un mundo cada vez más cambiante y vertiginosamente más globalizado, era un reto altamente difícil para un hombre que ya roza las nueve décadas de vida, pero también en su particular caso, debió afrontar retos más complejos porque, así nos parece, su pontificado sufrió un implacable asedio de parte de sus críticos, los cuales ya eran muchos antes que Ratizinger se convirtiera en Benedicto.
Debemos recordar que el futuro “Papa Ratzinger” (como se le llamó en los medios italianos) le tocó asumir en los años 80 del siglo XX la dirección de la siempre polémica e impopular Congregación para la doctrina de la Fe, prefectura vaticana dedicada a la conservación del dogma y el orden teológico en la Iglesia, y muy célebre también por ser la sucesora del Santo Oficio de la Inquisición. Desde allí el Cardenal Ratzinger, quien en su juventud fue un teólogo aperturista, aplicó una interpretación conservadora acorde al espíritu del Papa Juan Pablo II que buscaba reforzar la unidad de la Iglesia católica ante el marxismo (encarnado en el bloque comunista soviético) el materialismo (encarnada en el mero consumismo y el hedonismo típicos del capitalismo occidental) y en el indiferentismo religioso (encarnado en la laicización a ultranza de la sociedad) Así pues, Ratzinger se enfrentaría a teólogos de peso como Hans Küng o Leonardo Boff –a quienes conocía personalmente- reprendiéndoles y silenciándoles por sus obras heterodoxas en la interpretación de la fe cristiana y sus discursos críticos con la autoridad vaticana. Tal papel de censor tenía que llevar inevitablemente a Ratzinger a un puesto bastante incómodo, que le granjearía cierta mala reputación fuera de la Iglesia, y en un mundo cada vez más dominado por el impacto de la imagen, la “mala prensa” es fatal para una personalidad pública que según sus responsabilidades debe llegarle a millones de personas. Dicho en otras palabras, por su papel en este cargo, justamente a él le pasaría lo contrario que a Juan Pablo II…
Mientras que Karol Wojtyła, convertido luego en el Papa Juan Pablo II, con su simpatía y carisma ganaba espacios con notoria facilidad en el mundo, potenciando su imagen y su voz ante los medios de comunicación, el cardenal Ratzinger, iba ganándose cada vez animadversiones y fama de “represor”, “oscurantista” y “ultramontano”. Era pues, por decirlo de otra manera el ministro más impopular de un gobierno sumamente popular en el mundo. Y como funcionario que tenía que hacer un trabajo muy duro (por no decir “sucio”) quizás no era el más indicado para que llegado el momento, él asumiera el mando…
Pero justamente así sucedió.
Cuando en 2005 falleciera el muy popular Juan Pablo II, la elección de Ratzinger sorprendió al mundo entero, a pesar que dentro de la Iglesia y para los conocedores del mundo vaticano y católico, él fuera una especie de continuador del legado del Papa Wojtyła.
Desde entonces y hasta la fecha, creemos que el papado de Benedicto XVI debió soportar la permanente comparación con la vida, obra y estilo de Juan Pablo II. No dudamos en considerar su caso similar al que se diera en su momento (hace ya casi 50 años, en 1963) entre Juan XXIII y Pablo VI, el primero mucho más carismático y mediático –entre los niveles de la época- y el segundo muchísimo más discreto y silente que su predecesor. Tal circunstancia marcó sus 8 años de pontificado, tanto para bien como para mal.
En primer lugar la prensa mundial fue inclemente con él y persiguió sus declaraciones con un celo escrutador que nunca se vio con Juan Pablo II. Justamente aprovechando que la ausencia del muy carismático Papa polaco no había podido ser cubierta plenamente por el nuevo Papa alemán, los tradicionales críticos fuera de la Iglesia (desde ateos y anticlericales a miembros de otras religiones) junto a no pocos opositores dentro de ella, levantaron sus condenas a los dichos o acciones del Papa Ratzinger, fustigándole por cuando hiciera o dejara de hacer Hasta incluso llegó insinuarse que fue “nazi” en su juventud. Hecho completamente falso. Pareció que imperó una especie de “hora de la revancha” contra el antiguo prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe que nunca tuvo fin. Sin embargo, Ratzinger que era un teólogo con mucha experiencia en su natal Alemania y ya había aprendido a lidiar con la impopularidad cuando estuvo de prefecto en la Congregación vaticana, no cedió ante el linchamiento mediático y el asedio de sus críticos, y quiso dotar a la Iglesia católica de una “vuelta a lo básico”, profundizando los aspectos conservadores que ya había manifestado Juan Pablo II, enfocándose precisamente Ratzinger en una lucha contra lo que el llamó “imperio del relativismo” de estos tiempos.
Aún cuando su papado fue considerado como un “papado de transición” (algo que de por sí buscó minimizar su paso e importancia), debemos recordar que la Historia ha demostrado que no hay transito más difícil, delicado y complicado que una transición. Y así podemos valorar la obra del Papa Ratzinger.
Algunos aspectos que no se trataron en el papado de Juan Pablo II, ya sea porque no era su tiempo histórico o porque faltó la energía para asumirlos, sí se trataron en este pontificado: así, la lucha contra males como la pedofilia y la corrupción en las finanzas de la curia romana, por primera vez se visibilizan y se manifiesta abiertamente su condena como un problema central en la Iglesia, de la misma manera que se continúan los esfuerzos gestados desde la época del Papa Wojtyła de fortalecer el ecumenismo con religiones como el judaísmo, el Islam, la Iglesia ortodoxa oriental y la Comunión anglicana y la luterana. También es destacable el esfuerzo del Papa Ratzinger de equilibrar y reflejar cardenaliciamente las proporciones de la cristiandad católica, al elevar cada vez el número de prelados provenientes de América (donde esta la mayoría de los fieles) y también darle una mayor participación a regiones como África y Asía. Por último es de destacar su producción escrita como pontífice, ya que como estudioso de la teología católica y siendo un Papa intelectual, legó al mundo tres encíclicas, varias exhortaciones y diversos “Motus propios” (escritos legales emanados del Papa) dejando énfasis tanto de remarcar los valores y principios cristianos universales como el deseo de aplicar éstos a los tiempos modernos y cambiantes que vivimos.
Ahora bien, quedaron muchos asuntos pendientes, especialmente en cuanto al serio problema que está representando la descristianización del mundo antes católico o incluso cristiano en general. El avance de una cultura extremadamente laica que quiere arrinconar el hecho religioso como algo exclusivamente privado, se ha visto reforzada recientemente por un ateísmo militante y un indiferentismo religioso apoyados en un dogmatismo científico, los cuales se han visto altamente beneficiados por la crisis de autoridad moral que para el catolicismo han representado los caso de pederastia no sólo en sacerdotes y párrocos sino incluso en obispos y cardenales, quienes callan o encubren lo sucedido. También la presencia de ciertos colectivos sociales (movimientos pro homosexualidad, grupos abortistas, feministas radicales, defensores de la eutanasia y la experimentación con células madres) con sus agresivas reclamaciones y fuerte impacto en los medios de comunicación y espacios culturales, intelectuales y universitarios, han logrado poner a la Iglesia en una situación bastante difícil frente a la sociedad, haciéndola ver como “oscurantista”, “intolerante” y “medieval”. Paralelo a esto y en el campo de lo espiritual, la aparición de nuevos fenómenos religiosos neo paganos, el avance de religiones no cristianas (el Islam, el animismo africano-caribeño, espiritismo o el budismo en menor medida) e incluso de confesiones rivales cristianas protestantes (Pentecostales, Testigos de Jehová y Mormones) especialmente en Latinoamérica, le han restado poder, impacto e influencia al catolicismo en el mundo contemporáneo.
El reto de poner “orden dentro de casa” y potenciar ante el mundo la que hasta hace poco era la religión más numerosa en el mundo, era una misión demasiado compleja para un hombre de 86 años que viendo el tamaño de su labor “descendió de la cruz”, a decir del cardenal polaco Estanislao Dziwisz, arzobispo de Cracovia y secretario de Juan Pablo II, quién fue la única voz que criticó la renuncia del Papa Benedicto XVI, al comparar justamente las dificultades que sufrió el anterior Papa polaco y cómo las llevó con firmeza.
Esperemos que la Iglesia escoja pronto un sucesor digno que logre poner orden a lo interno en la Iglesia y también logre, en lo externo, potenciar el mensaje cristiano en el Mundo.
Gracias por leerme
Dantesol
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