Con este título se identificó una fundamental obra del alemán Alfred Rosenberg, que además de justificar “superioridad racial” de alemanes sobre el resto del mundo, planteaba que los valores del amor y la compasión eran principios decadentes que constituían la mentira más difundida en ése siglo, y que si se quería mantener vivo a Occidente debía irse en contra de ésos postulados. Después de mucho pensarlo he llegado a cree que Rosenberg como que tenía razón.
No es mi propósito justificar a quien le dio argumentos teóricos a Hitler, y al reino de terror de los Nazis. No es esa brutal estupidez la que me hizo pensar que Rosenberg tenía razón: era (y es) ver que el mundo, (Occidental o no) parece (consiente o inconscientemente) poner en práctica las ideas que preconizaba ese teórico de la intolerancia y la maldad.
Amor y compasión fueron el mito del siglo XX. A pesar de las conquistas sociales alcanzadas, la inmensa capacidad de destrucción desarrollada por el hombre en 100 años hacen que esas dos palabras sigan siendo metas por alcanzar y resuenan como utopías o mentiras. O sea Mitos. Y en siglo XXI siguen siendo así. Tras el bombardeo suicida sobre Nueva York y Washington, vemos que amor y compasión son buenos deseos pero no verdades. Hasta hoy se sigue pensando (y confundiendo)que quien es compasivo es débil y quien demuestra amor hacía el extraño es traidor, indigno o un hipócrita. Sobre los valores de odio y venganza se cimientan muchas confrontaciones hoy día: la violenta intifada palestina y los ataques “preventivos” de Israel son un torneo del “ojo por ojo”; previamente la Conferencia Sobre el Racismo en Durbán que debía ser para la reconciliación fue todo lo contrario: un encuentro para las revanchas; más atrás, la lucha pro y anti globalización dejó un muerto; en Afganistán van a una muerte segura unos evangelistas cristianos por difundir fe; y por si fuera poco en Irlanda se agreden a niñas católicas por pasar en un barrio protestante y en Australia gente celebra que no hallan dejado entrar a inmigrantes afganos.
Amor y compasión es tolerancia y compresión, derechos humanos que son pilares de la Democracia: soportar y convivir con el extraño es el reto por el cual luchar y no contra el cual oponerse. Ése es el verdadero símbolo de globalización, desarrollo y civilización. Democracia es diversidad no uniformidad: continuar machacando al diferente nos lleva a un camino contranatural. Pero en pleno siglo XXI muchos prefieren a un Stalin (¡Tú sabes chico: porque él sí tiene carácter, carajo!) que a un Gandhi y mientras el mundo “avanza”, muchos cristianos, judíos, islámicos, socialistas, liberales, etc aunque en el fondo profesen la paz y el bienestar para todos por igual en sus ideologías, filosofías o doctrinas, sin saberlo coronar con sus hechos diarios, la obra de un profeta del rencor y la crueldad, perpetuando (¿eternamente?)la perversa arenga de El Mito del siglo XX.
(Este articulo se publicó originalmente en la sección “Nuevas firmas” del diario El Nacional, de Caracas-Venezuela el domingo, 23 de septiembre de 2001)
No es mi propósito justificar a quien le dio argumentos teóricos a Hitler, y al reino de terror de los Nazis. No es esa brutal estupidez la que me hizo pensar que Rosenberg tenía razón: era (y es) ver que el mundo, (Occidental o no) parece (consiente o inconscientemente) poner en práctica las ideas que preconizaba ese teórico de la intolerancia y la maldad.
Amor y compasión fueron el mito del siglo XX. A pesar de las conquistas sociales alcanzadas, la inmensa capacidad de destrucción desarrollada por el hombre en 100 años hacen que esas dos palabras sigan siendo metas por alcanzar y resuenan como utopías o mentiras. O sea Mitos. Y en siglo XXI siguen siendo así. Tras el bombardeo suicida sobre Nueva York y Washington, vemos que amor y compasión son buenos deseos pero no verdades. Hasta hoy se sigue pensando (y confundiendo)que quien es compasivo es débil y quien demuestra amor hacía el extraño es traidor, indigno o un hipócrita. Sobre los valores de odio y venganza se cimientan muchas confrontaciones hoy día: la violenta intifada palestina y los ataques “preventivos” de Israel son un torneo del “ojo por ojo”; previamente la Conferencia Sobre el Racismo en Durbán que debía ser para la reconciliación fue todo lo contrario: un encuentro para las revanchas; más atrás, la lucha pro y anti globalización dejó un muerto; en Afganistán van a una muerte segura unos evangelistas cristianos por difundir fe; y por si fuera poco en Irlanda se agreden a niñas católicas por pasar en un barrio protestante y en Australia gente celebra que no hallan dejado entrar a inmigrantes afganos.
Amor y compasión es tolerancia y compresión, derechos humanos que son pilares de la Democracia: soportar y convivir con el extraño es el reto por el cual luchar y no contra el cual oponerse. Ése es el verdadero símbolo de globalización, desarrollo y civilización. Democracia es diversidad no uniformidad: continuar machacando al diferente nos lleva a un camino contranatural. Pero en pleno siglo XXI muchos prefieren a un Stalin (¡Tú sabes chico: porque él sí tiene carácter, carajo!) que a un Gandhi y mientras el mundo “avanza”, muchos cristianos, judíos, islámicos, socialistas, liberales, etc aunque en el fondo profesen la paz y el bienestar para todos por igual en sus ideologías, filosofías o doctrinas, sin saberlo coronar con sus hechos diarios, la obra de un profeta del rencor y la crueldad, perpetuando (¿eternamente?)la perversa arenga de El Mito del siglo XX.
(Este articulo se publicó originalmente en la sección “Nuevas firmas” del diario El Nacional, de Caracas-Venezuela el domingo, 23 de septiembre de 2001)
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