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sábado, 26 de noviembre de 2016

Mi guerra contra los otakus


Breve relato basando en mis impresiones con los seguidores de la cultura de animación japonesa, fanáticos del cómic y ciertas películas o series de culto, los cuales me han perseguido a lo largo de mi carrera docente. 

 



Corría el año de 2006 ó 2007 y era yo profesor de Historia Universal en un colegio privado del este de Caracas, cuando un día, casi a mitad de una clase una alumna me dice:

-“Profe, profe, ¿Usted no va para la avalancha?”

Le dije entonces: -“No, tampoco al derrumbe ni a la inundación”

Se rieron algunos y de inmediato me respondieron: -“No, profe enserio, a la avalancha de animé, ¿no va a ir, es genial?”

Creí haber escucho la palabra “anime” (como el material poliestireno) y no “animé” y les dije: -“Bueno, si es una avalancha de anime no debe ser tan peligrosa” (pensaba yo que me hablaban entonces de algo como un parque de diversiones)

Y me volvieron a responder: -“Profe del animé, del animé japonés, ¿no sabe qué es eso?”

Fue ese uno de los momentos más cruciales de mi vida, y si hubiese sabido lo que venía, corto la conversación allí…

-“Pues no, no sé” Dije yo. Y me condené.

Lo que quedaba de clases se perdió por una gran conferencia-debate-discusión sobre qué era el animé.

Me explicaron entonces sobre este tipo de animación proveniente de Japón, a lo que simplemente respondí: -“¡Ah, pero si esas son comiquitas japonesas!. Sí, yo conozco de esas”

Les hablé de Astro boy, Mazinger Z, Meteoro, Marco, Ultraman y Candy Candy, entre otros. Mientras todos me miraban con una cara de asombro y de extrañeza.

Fue entonces cuando un alumno intervino y dijo: -“¡No profe, usted está súper desactualizado!”

Y una alumna agregó: -“Y el animé no es sólo dibujos, es toooda una cultura” (sí, lo dijo haciendo el énfasis en la letra “o”)

Y allí, en menos de 15-20 minutos me hablaron todos los alumnos que pudieron de Pokemón, Dragón Ball, Digimon, Naruto, Los caballeros del zodíaco, Sailor Moon, The Death Note, Yu-gi-oh, Sakura Card captors y algo más.

Estaban efervescentes mientras contaban esto, aquello y lo otro…

Sencillamente quede abrumado por tanta información, y un mundo nuevo se abría para mí.

Creo que era el mes de junio o julio, y se realizó la dichosa Avalancha. Así que un fin de semana me acordé del asunto y como no tenía absolutamente nada que hacer me traslade para allá. Recuerdo que era por el Centro Comercial Concresa la cosa.

Al llegar ya me había ido fijando de cosas bien raras: había unas gentes disfrazadas como personajes de comiquitas, pero lo último que yo pensaba era que iban al mismo sitio. Pero a medida que voy llegando, veo más y más gente disfrazada. –“¿habrá una fiesta de disfraces por aquí?”, me decía. No. Eran los horribles Cosplayer que hacían su aparición en mi vida.

Cuál sería mi horror que había gente de mi edad, ¡disfrazados como gente de comiquitas japonesas! ¿Es que estaban locos o tenían problemas personales? Más me impactó, que cuando pago mi entrada, hay un fulano disfrazado de una cosa rara, y le preguntan su personaje, él lo dice, y lo dejan pasar de ¡gratis!, preguntó yo al encargado: -“¿Y eso”?. Me dijo tranquilamente: los cosplayer pueden entran gratuitamente. –“¿Los qué?, ¿quiénes?”, -“Los cosplayer señor, Ud. Sabe, las personas que vienen representando a su personaje”. Me le quedé mirando un rato y pasé a la Avalancha entre sorprendido y confundido.

Eso era un mundo de locos. Gente disfrazada, ¡que además dejaban que le tomaran fotos, orgullosísimos! Había decenas, quizás cientos de estantes de cosas de muñequitos, películas, afiches, calcomanías y cuestiones del animé japonés, pero también CD, libros, novelas gráficas, comics occidentales de Marvel o DC, y cuestiones sagradas de la cultura popular como de Star Wars. (“May the Force be with you!”)


Recorrí el sitio entre asombrado y extrañado por lo que veía, como un turista en un desconocido planeta, y me detuve en un stand que era de películas japonesas. Como siempre me ha gustado la cultura de ése gran país, empiezo a revisar los DVD, y veo las de animaciones que me parecían serias. Estaban las de ese gran director como Hayao Miyazaki y entonces encontré una que quería ver desde hacía tiempo, especialmente desde que supe que se había ganado un premio Oscar. Tenía tiempo buscándola y finalmente la conseguí ahí. Era el “Viaje de Chijiro”. –“¡Ajá, al fin!” exclamé al momento de tenerla en mis manos, y revisar con satisfacción la caratula, pero sentía de pronto el peso de un conjunto de miradas que fijamente se posaban sobre mí.

Volteé lentamente a ver quién me miraba tanto y al alzar el rostro veo a unos cinco o siete alumnos del colegio donde daba clases y me dijeron al unísono: “¡¡¡PROOOOFEEEEE!!!”

Se abalanzaron sobre mí, contentísimos por verme allí y dijeron estas horribles palabras: -“Nosotros sabíamos que usted era otaku, lo supimos desde el principio

-“¿Otaqué?”, le dije

-“Otaku profe, Ud. Sabe, los fanáticos de este mundo maravilloso de la cultura japonesa”

Y le dije yo: -“No, no, nada que ver, yo no soy nada de eso, yo vine aquí sólo para conocer”.

-“Ajá, y su película de Miyazaki es casualidad” me dijo un chico allí presente.

-“Pero bueno, ¿y acaso no puede uno comprar esto?, es un clásico, una obra maestra”, les dije

A lo que ellos remataron:

-“Sólo un experto conocedor sabe que eso puede ser un clásico o una masterpiece”

Me quede mudo.

Y comenzó una vaciladera que hasta el sol de hoy no ha terminado…

-¿Y ya vio el “Castillo volador”? Me dice otra chica,

-“¿El qué?” le dije.

-“Es la última de Miyazaki, muy buena…” y se pone a explicarme y yo de pendejo me pongo a hablar con ella de animación japonesa, dibujantes y cuestiones de la religión y las tradiciones de por allá. (Perdón por la palabrota)

-“¿Ven como el profe sabe?, es otaku, es otaku” dice otra chica que nos oía a todos los demás presentes, que se emocionaron como si hubiese encontrado una especie de profeta o mesías.

Hubo una extraña algarabía entre ellos. Mientras yo decía en mi mente: -“Dios, ¿en qué mundo raro me he metido?”.

-“Si profe, tiene que venir a la otra convención” dijo un joven, pero otra remató: -“Sí, pero venga con el cosplayer de Hagrid, porque Ud. Es igualito”

-“¿Quién carrizo?” dije yo.

Y había llegado también, ahí mismo, el otro Karma: el de los Harrypotteros, o como prefieren llamarse ellos: “Potterheads”.

-Sí, profe, Hagrid, el de Harry Potter, que es como Ud. Con la barriga, la barba y el paraguas.

(En esos días tenía la barba completa y para colmo de males, tenía en ese momento mi sempiterno paraguas que me acompaña en todos lados)

Mi cara debía ser un poema, pues sólo sabía de Harry Potter lo estrictamente elemental: que era una obra sobre un niño que hacía magia, que lo había hecho la escritora inglesa J. K. Rowling, que se habían vendido muy bien los libros entre los más jóvenes y que había unas películas que apenas había visto con desinterés. Pero hasta allí. Y esos muchachos no podían creer que no supiera lo debido de Harry Potter.

Como pudieron me explicaron la saga. Hasta ese momento iban por el libro del “el misterio del príncipe” y “las reliquias de la muerte” y faltaba que hicieran más películas.

Me comprometí con ellos a buscar información de esa cosa y ver todas las películas.

Nos despedimos. Seguí un rato en la Convención y me fui a mi casa. Por cierto que estando en casa averigüé por internet que el término “otaku” significaba en japonés: “enfermo”.

Creía yo que ahí terminaba todo. Qué equivocado estaba…

El lunes siguiente al regresar al colegio, me dirigí a la cantina del colegio a tomar mi tradicional desayuno, sin embargo ése día el ambiente estaba raro. Como cargado. Al caminar sentía como que me miraban. Y murmuraban a mi paso. Pensé que eran cosas mías. Pero uno se da cuenta al final de la cosas.

Al sentarme a desayunar pude notar las miradas que seguían, me volteaba y oía risitas. Sí, definitivamente era conmigo el asunto.

Se había regado por todo el colegio la noticia que había ido a la convención de animé, y por supuesto que “yo era otaku”. Por lo que pude entender, ningún profesor iba a ese tipo de eventos o no conocía nada de la cultura japonesa. Haber ido me convertía en una pequeña celebridad, pero más bien me trajo un calvario.

En el recreo, alumnos de otros grados, a los que ni conocía ni les había dado clase me preguntaban cosas tan raras como: ¿Cuál es su pokemón favorito? ¿Ud. Vio el episodio tal de Evangelión? ¿Le gusta el manga?, etc., etc., etc.

Una cruz muy pesada me tocó cargar.

Y bueno, vino la otra convención. Creo que fue en noviembre. Un grupo de alumnos me pidió explícitamente que los acompañara, pues querían que yo fuera con ellos. Y bueno, fui. Al montarme en el metro me tocó ver gente rara. Recuerdo especialmente una muchacha con un vestido de la época victoriana, de fines del siglo XIX, y me decía: -“Que no vaya para la convención, por amor a Dios, que no vaya para allá”, pero nada, ¡sí iba para allá! A medida que nos acercábamos al sitio, que creo fue en el Museo de Bellas Artes, podía ver multitudes de cosplayers. No es que fueran miles, pero era muy surrealista ir llegando al sitio y ver gente con pelucas verdes o amarillas, espadas de madera, kimonos y trajes que no eran para nada normales.

Estando allí me entero cada vez más de las cosas locas del animé y de los otakus. Una chica de las del grupo, me pide que la acompañe para un karaoke en japonés. Y bueno, voy con ella. Me da su cámara y me pide que la filme cuando le toque a ella. Le toca su turno y empieza a cantar: me quede boquiabierto. Esa niña que casi ni hablaba en clases, estaba cantando ¡y en perfecto japonés! La letra de alguna serie o película japonesa como si fuera algo normal, natural y fácil.

En verdad no me creía esas cosas. ¡Cuánto fanatismo! Ese karaoke estaba a reventar de gente, y todos parecían nacidos en Yokohama, Osaka, Nagoya, Hiroshima o Tokyo porque cantaban como si esa fuera su lengua materna de toda la vida.

Bueno, terminó otra jornada loca. Y mi calvario no cesaba. En el colegio debido a que usaba mi paraguas, me insistían los alumnos que fuera de cosplayer como Hagrid para próximas convenciones. Y si bien, al final nunca lo hice, si aproveché para documentarme bien de esa cuestión de Harry Potter, calándome las películas, porque los libros sí que no los iba a leer. Por cierto, que en una de esas películas me encontré con Henirque Capriles Radonsky y Erika de La Vega, pues yo iba a la función de media noche (ni modo que iba a ir a una función más temprano para que ningún alumno me reconociera. Ya tenía bastante con la vaciladera de las convenciones de animé) y estando en el Cinex de Concresa los vi a ellos dos, que en aquella época eran novios. En ése entonces él era Alcalde de Baruta.

Crecida mi fama de ser “otaku” en el colegio, ésta sólo me trajo eventos insólitos: llegó a suceder que una representante me citó para hablar conmigo. Creía yo que quería hablar sobre las notas de su hija o tal vez, quería quejarse de algo. No sé. Pero cuál sería mi sorpresa cuando me dijo esto: “Profesor Terán: mi hija me dijo que hay un evento llamado la convención, que eso es en tal parte, y a mí no me gustaría que fuera para allá. Pero ella me dijo que usted es fanático de esas cosas, por lo tanto, si Ud. Va con ella, yo le doy permiso de ir, si no, no.” Mi cara era de asombro, ¡No podía creer la maldición que me había caído! Al principio le expliqué a la señora que las cosas no eran exactamente como ella decía y le dije que no sabría si fuera a tal evento. Ella de todas formas me dijo, que si me decidía, me daba la cola y nos llevaba. Pero que le avisara con tiempo.

Busqué a la alumna en el recreo y le pregunté si se había vuelto loca, qué cómo iba a decir que yo era fanático del animé y esas cosas. Lo cierto es que esa niña imploró, suplicó y me rogó para que fuera a la Convención con ella…. Y sus amigos. Pues, enterados otros alumnos que acepté ir, los padres de ellos también me pegaron encima el cartel de “Niñero otaku”

Pasaron los años, y bueno, no fui a todas las convenciones que había. Yo tenía cosas también que hacer y vivir una vida, más allá del animé.

Pero los otakus en su lucha no daban tregua contra mí. Una joven que fue alumna mía, y de la cual yo me burlaba diciéndole “emo japonesa” (pues era idéntica a las chicas de muchos animé y por supuesto, era también otaku) desarrolló conmigo una muy buena relación de amistad, la cual se mantuvo años después de haber terminado de trabajar como profesor e irme a otros lugares. Ya siendo ex alumna y mayor de edad, se terminó enamorando profundamente de mí. Y sabiendo que la lengua es el castigo del cuerpo, yo de gafo la acepté. ¡Y tuve una novia otaku! Que hasta me pasaba canciones japonesas de amor. Fue ella una de las primeras en llamarme “Kuma-Sensei”, porque según ella yo parecía un “oso” y como era maestro ese debería ser mi nombre en japonés. Esto se cuenta y no se cree…

Cerrada la etapa de profesor de bachillerato, salté a la docencia universitaria justo cuando inicié mis estudios de Doctorado, y tenía yo la confianza plena que no me encontraría más esos especímenes del mundo otaku.

Pero me equivoqué nuevamente…

Dando clases de Ciencias Sociales en el ciclo básico de la Universidad Simón Bolívar pude comprobar con horror que esa universidad tan seria y tan científica estaba llena y ¡repleta! de otakus, que en este caso era unos “otakus reloaded”, porque no sólo sabían de la teoría, sino que muchos iban más lejos: aprendían japonés (en la USB es una de las opciones de idiomas que pueden estudiar los alumnos) y los que eran ingenieros de sistema o informáticos se metían por internet y descargaban programas y aplicaciones de cosas que me parecían que estaban híper actualizadas de ese mundo. Unos hacían modelos en 3D de sus personajes favoritos, otros incluso diseñaban sus propias “fan stories” de series o películas. Así pues, me enteré de un montón de cosas: series, películas, directores, estudios de animación que desconocía. ¡Hasta se hacían chistes entre ellos! (Uno de los que mejor recuerdo era este: “El otro día me encontré una otaku toda deprimida. ¿Y saben qué hice? ¡La animé!”) Y todo me lo decían alumnos que tenían la típica imagen de “frikis”, esos mismos que dentro de unos años serán los Bill Gates del futuro.

Creyendo que eso era así porque la Simón siempre ha sido una universidad especial, (como para gente tipo los protagonistas de la serie “The Big bang theory”) continué confiado mi experiencia docente esperando no volver a conseguirme locuras otakus, y fue justamente en la Universidad Católica Andrés Bello donde más reventó con todo furor la “demencia otaku”: mi ex novia veía clases allí (sí, la que fue otaku) y para colmo de males en el primer curso que di como profesor allá, en la materia Historia de la Cultura III me empecé a meter con los otakus absolutamente confiado que no había nadie allí así. Otra vez me equivoqué. A la clase siguiente recuerdo que unos alumnos llegaron con camisas de la leyenda de Zelda, Evangelion, unos lentes como los de Harry Potter y cadenas con el símbolo de las “reliquias de la muerte”. ¡Eso era como una marcha del orgullo otaku! Y por supuesto, eso era para mí, como una especie de purgatorio.

Lo más horripilante es que esos otakus eran –y son- gente estupenda. Sacaban las mejores notas en los exámenes, intervenían bien en clases y en general era muy buenas personas: full educados y con gran humor. (Hasta en una ocasión me regalaron hamburguesas, refrescos y chocolates) Pero claro no perdían el tiempo para vacilarme y echarme broma. Y tal como pasó en aquel colegio que daba clase, como que mi fama anti-otaku se difundió… sólo que para joderme más. (Perdón otra vez por la palabrota) Un día caminando, una alumna que ni me conocía ni le había dado clases, me dijo: -“¿Usted es el profesor Terán?”, -“Sí, soy yo” le dije. –“¡Ah! Ud. Es el que odia a los otakus, pero fíjese Ud. Tiene toda la pinta de ser un Kuma-sensei” ¡¡¡Me horrorice!!! Sólo así me decía mi ex novia otaku y no creo que ella haya regado eso por allá, sin embargo, la joven me explicó por qué me parecía a un “kuma”, creo que hasta me habló de un pokemón y así como me abordó se fue. Hasta el sol de hoy no la he vuelto a ver. Empiezo a creer que fue una aparición malvada. Y aún no sé quién rayos le habrá dicho que “yo soy el profesor que odia a los otakus” pero algún día lo descubriré. Han pasado los semestres, y los otakus en la UCAB no dejan de crecer y multiplicarse, y por supuesto, se meten conmigo y me dicen que “estoy enclosetado” que debo “salirme y liberarme”, y otras cosas para mortificarme, pero aun así sigo firme y resistiendo su ofensiva y su bullyng contra mí.

No podía terminar este relato sin referirme a mi querida Alma Mater, la Universidad Central de Venezuela, donde también doy clases y que cuando estudié no recuerdo ni un solo caso de algo que se acercara ni remotamente a la cultura otaku, razón por la cual tenía esperanzas de que la UCV fuera un “territorio libre”, pero como pasó en la USB y la UCAB, me volví a equivocar…

Aquí los “otakus” que más abundaban eran de la sub-especie harrypottera, y con el mayor horror y espanto me pude percatar que los fanáticos de éste niño brujo, también resultaron ser no sólo de los mejores alumnos que he tenido, sino excelentes personas con quienes he compartido muy buenos momentos, tanto dentro como fuera de las aulas de clases. Como la mayoría de éstos sí quiere ser historiadores, se informaban bien y se documentan de datos sobre el “cómo se hizo” o “en que se inspiró” la autora para hacer tal o cual personaje, o recrear tal suceso. Por ejemplo, yo me sorprendí de saber que la “Batalla de Hogwarts” fue un 2 de mayo, porque la autora se inspiró en la famosa Batalla de Berlín de la II Guerra Mundial. Y así, gente seria de gran aprecio que me ha tocado conocer, tiene siempre debilidad por alguna cosa otaku: si no es del típico animé japonés, es harrypottero, o si no un friki gamer.

Definitivamente los otakus estaban por doquier, hasta en los sitios donde trabajaba. No importa donde fuera, siempre habría uno. Parece que habían llegado para quedarse.

Pues sí, ha sido un largo trayecto, de casi una década de lucha con los otakus abusadores, quienes más de una vez me han atormentado la paciencia, considerándome unos de los suyos, únicamente porque me gusta un poquito la saga de Star Wars, y que como historiador debo conocer muchas cosas por Cultura general, y sé algo de Japón y su cultura, más nada.

Han sido casi 10 años resistiendo convenciones, confusiones, vaciladeras y bullyng, y especialmente sufriendo el famoso refrán: “la lengua es el castigo del cuerpo”, pues tampoco son tan malos ni fastidiosos como me los imaginaba en un principio, sin embargo, no cederé ni caeré en sus trampas y demás encantos. Aquí estamos y aquí seguimos. Seguiremos siendo gente seria, normal y estaremos aguantando al inminente apocalipsis otaku que parece haberse iniciado con la fiebre mundial del Pokemón Go!.

Otakus del mundo: ¡no me venceréis! ¡La lucha sigue!

 


¡¡¡Gracias por leerme!!!

Dantesol

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