Breve relato basando en mis impresiones con los seguidores de la cultura de animación japonesa, fanáticos del cómic y ciertas películas o series de culto, los cuales me han perseguido a lo largo de mi carrera docente.
Corría
el año de 2006 ó 2007 y era yo profesor de Historia Universal en un colegio
privado del este de Caracas, cuando un día, casi a mitad de una clase una alumna
me dice:
-“Profe,
profe, ¿Usted no va para la avalancha?”
Le
dije entonces: -“No, tampoco al derrumbe ni a la inundación”
Se
rieron algunos y de inmediato me respondieron: -“No, profe enserio, a la
avalancha de animé, ¿no va a ir, es
genial?”
Creí
haber escucho la palabra “anime” (como el material poliestireno) y no “animé” y
les dije: -“Bueno, si es una avalancha de anime no debe ser tan peligrosa”
(pensaba yo que me hablaban entonces de algo como un parque de diversiones)
Y
me volvieron a responder: -“Profe del animé, del animé japonés, ¿no sabe qué es
eso?”
Fue
ese uno de los momentos más cruciales de mi vida, y si hubiese sabido lo que
venía, corto la conversación allí…
-“Pues
no, no sé” Dije yo. Y me condené.
Lo
que quedaba de clases se perdió por una gran conferencia-debate-discusión sobre
qué era el animé.
Me
explicaron entonces sobre este tipo de animación proveniente de Japón, a lo que
simplemente respondí: -“¡Ah, pero si esas son comiquitas japonesas!. Sí, yo
conozco de esas”
Les
hablé de Astro boy, Mazinger Z, Meteoro, Marco, Ultraman
y Candy Candy, entre otros. Mientras todos me miraban con una cara de
asombro y de extrañeza.
Fue
entonces cuando un alumno intervino y dijo: -“¡No profe, usted está súper
desactualizado!”
Y
una alumna agregó: -“Y el animé no es sólo dibujos, es toooda una cultura” (sí,
lo dijo haciendo el énfasis en la letra “o”)
Y
allí, en menos de 15-20 minutos me hablaron todos los alumnos que pudieron de Pokemón,
Dragón Ball, Digimon, Naruto, Los caballeros del
zodíaco, Sailor Moon, The Death Note, Yu-gi-oh, Sakura
Card captors y algo más.
Estaban
efervescentes mientras contaban esto, aquello y lo otro…
Sencillamente
quede abrumado por tanta información, y un mundo nuevo se abría para mí.
Creo
que era el mes de junio o julio, y se realizó la dichosa Avalancha. Así que un fin de semana me acordé del asunto y como no
tenía absolutamente nada que hacer me traslade para allá. Recuerdo que era por el
Centro Comercial Concresa la cosa.
Al
llegar ya me había ido fijando de cosas bien raras: había unas gentes
disfrazadas como personajes de comiquitas, pero lo último que yo pensaba era
que iban al mismo sitio. Pero a medida que voy llegando, veo más y más gente
disfrazada. –“¿habrá una fiesta de disfraces por aquí?”, me decía. No. Eran los
horribles Cosplayer que hacían su aparición en mi vida.
Cuál
sería mi horror que había gente de mi edad, ¡disfrazados como gente de
comiquitas japonesas! ¿Es que estaban locos o tenían problemas personales? Más
me impactó, que cuando pago mi entrada, hay un fulano disfrazado de una cosa
rara, y le preguntan su personaje, él lo dice, y lo dejan pasar de ¡gratis!,
preguntó yo al encargado: -“¿Y eso”?. Me dijo tranquilamente: los cosplayer
pueden entran gratuitamente. –“¿Los qué?, ¿quiénes?”, -“Los cosplayer señor,
Ud. Sabe, las personas que vienen representando a su personaje”. Me le quedé
mirando un rato y pasé a la Avalancha
entre sorprendido y confundido.
Eso
era un mundo de locos. Gente disfrazada, ¡que además dejaban que le tomaran
fotos, orgullosísimos! Había decenas, quizás cientos de estantes de cosas de
muñequitos, películas, afiches, calcomanías y cuestiones del animé japonés,
pero también CD, libros, novelas gráficas, comics occidentales de Marvel o DC,
y cuestiones sagradas de la cultura popular como de Star Wars. (“May the Force
be with you!”)
Recorrí
el sitio entre asombrado y extrañado por lo que veía, como un turista en un desconocido
planeta, y me detuve en un stand que era de películas japonesas. Como siempre
me ha gustado la cultura de ése gran país, empiezo a revisar los DVD, y veo las
de animaciones que me parecían serias. Estaban las de ese gran director como
Hayao Miyazaki y entonces encontré una que quería ver desde hacía tiempo,
especialmente desde que supe que se había ganado un premio Oscar. Tenía tiempo
buscándola y finalmente la conseguí ahí. Era el “Viaje de Chijiro”. –“¡Ajá, al
fin!” exclamé al momento de tenerla en mis manos, y revisar con satisfacción la
caratula, pero sentía de pronto el peso de un conjunto de miradas que fijamente
se posaban sobre mí.
Volteé
lentamente a ver quién me miraba tanto y al alzar el rostro veo a unos cinco o
siete alumnos del colegio donde daba clases y me dijeron al unísono:
“¡¡¡PROOOOFEEEEE!!!”
Se
abalanzaron sobre mí, contentísimos por verme allí y dijeron estas horribles
palabras: -“Nosotros sabíamos que usted
era otaku, lo supimos desde el principio”
-“¿Otaqué?”,
le dije
-“Otaku
profe, Ud. Sabe, los fanáticos de este mundo maravilloso de la cultura
japonesa”
Y
le dije yo: -“No, no, nada que ver, yo no soy nada de eso, yo vine aquí sólo
para conocer”.
-“Ajá,
y su película de Miyazaki es casualidad” me dijo un chico allí presente.
-“Pero
bueno, ¿y acaso no puede uno comprar esto?, es un clásico, una obra maestra”,
les dije
A
lo que ellos remataron:
-“Sólo
un experto conocedor sabe que eso puede ser un clásico o una masterpiece”
Me
quede mudo.
Y
comenzó una vaciladera que hasta el sol de hoy no ha terminado…
-¿Y
ya vio el “Castillo volador”? Me dice otra chica,
-“¿El
qué?” le dije.
-“Es
la última de Miyazaki, muy buena…” y se pone a explicarme y yo de pendejo me
pongo a hablar con ella de animación japonesa, dibujantes y cuestiones de la
religión y las tradiciones de por allá. (Perdón por la palabrota)
-“¿Ven
como el profe sabe?, es otaku, es otaku” dice otra chica que nos oía a todos
los demás presentes, que se emocionaron como si hubiese encontrado una especie
de profeta o mesías.
Hubo
una extraña algarabía entre ellos. Mientras yo decía en mi mente: -“Dios, ¿en
qué mundo raro me he metido?”.
-“Si
profe, tiene que venir a la otra convención” dijo un joven, pero otra remató:
-“Sí, pero venga con el cosplayer de Hagrid, porque Ud. Es igualito”
-“¿Quién
carrizo?” dije yo.
Y
había llegado también, ahí mismo, el otro Karma: el de los Harrypotteros, o
como prefieren llamarse ellos: “Potterheads”.
-Sí,
profe, Hagrid, el de Harry Potter, que es como Ud. Con la barriga, la barba y
el paraguas.
(En
esos días tenía la barba completa y para colmo de males, tenía en ese momento
mi sempiterno paraguas que me acompaña en todos lados)
Mi
cara debía ser un poema, pues sólo sabía de Harry Potter lo estrictamente
elemental: que era una obra sobre un niño que hacía magia, que lo había hecho
la escritora inglesa J. K. Rowling, que se habían vendido muy bien los libros
entre los más jóvenes y que había unas películas que apenas había visto con
desinterés. Pero hasta allí. Y esos muchachos no podían creer que no supiera lo
debido de Harry Potter.
Como
pudieron me explicaron la saga. Hasta ese momento iban por el libro del “el
misterio del príncipe” y “las reliquias de la muerte” y faltaba que hicieran más
películas.
Me
comprometí con ellos a buscar información de esa cosa y ver todas las
películas.
Nos
despedimos. Seguí un rato en la Convención y me fui a mi casa. Por cierto que
estando en casa averigüé por internet que el término “otaku” significaba en
japonés: “enfermo”.
Creía
yo que ahí terminaba todo. Qué equivocado estaba…
El
lunes siguiente al regresar al colegio, me dirigí a la cantina del colegio a tomar
mi tradicional desayuno, sin embargo ése día el ambiente estaba raro. Como
cargado. Al caminar sentía como que me miraban. Y murmuraban a mi paso. Pensé
que eran cosas mías. Pero uno se da cuenta al final de la cosas.
Al
sentarme a desayunar pude notar las miradas que seguían, me volteaba y oía
risitas. Sí, definitivamente era conmigo el asunto.
Se
había regado por todo el colegio la noticia que había ido a la convención de
animé, y por supuesto que “yo era otaku”. Por lo que pude entender, ningún
profesor iba a ese tipo de eventos o no conocía nada de la cultura japonesa.
Haber ido me convertía en una pequeña celebridad, pero más bien me trajo un
calvario.
En
el recreo, alumnos de otros grados, a los que ni conocía ni les había dado
clase me preguntaban cosas tan raras como: ¿Cuál es su pokemón favorito? ¿Ud.
Vio el episodio tal de Evangelión? ¿Le gusta el manga?, etc., etc., etc.
Una
cruz muy pesada me tocó cargar.
Y
bueno, vino la otra convención. Creo que fue en noviembre. Un grupo de alumnos
me pidió explícitamente que los acompañara, pues querían que yo fuera con
ellos. Y bueno, fui. Al montarme en el metro me tocó ver gente rara. Recuerdo
especialmente una muchacha con un vestido de la época victoriana, de fines del
siglo XIX, y me decía: -“Que no vaya para la convención, por amor a Dios, que
no vaya para allá”, pero nada, ¡sí iba para allá! A medida que nos acercábamos
al sitio, que creo fue en el Museo de Bellas Artes, podía ver multitudes de
cosplayers. No es que fueran miles, pero era muy surrealista ir llegando al
sitio y ver gente con pelucas verdes o amarillas, espadas de madera, kimonos y
trajes que no eran para nada normales.
Estando
allí me entero cada vez más de las cosas locas del animé y de los otakus. Una
chica de las del grupo, me pide que la acompañe para un karaoke en japonés. Y
bueno, voy con ella. Me da su cámara y me pide que la filme cuando le toque a
ella. Le toca su turno y empieza a cantar: me quede boquiabierto. Esa niña que
casi ni hablaba en clases, estaba cantando ¡y en perfecto japonés! La letra de
alguna serie o película japonesa como si fuera algo normal, natural y fácil.
En
verdad no me creía esas cosas. ¡Cuánto fanatismo! Ese karaoke estaba a reventar
de gente, y todos parecían nacidos en Yokohama, Osaka, Nagoya, Hiroshima o
Tokyo porque cantaban como si esa fuera su lengua materna de toda la vida.
Bueno,
terminó otra jornada loca. Y mi calvario no cesaba. En el colegio debido a que
usaba mi paraguas, me insistían los alumnos que fuera de cosplayer como Hagrid
para próximas convenciones. Y si bien, al final nunca lo hice, si aproveché
para documentarme bien de esa cuestión de Harry Potter, calándome las
películas, porque los libros sí que no los iba a leer. Por cierto, que en una
de esas películas me encontré con Henirque Capriles Radonsky y Erika de La Vega,
pues yo iba a la función de media noche (ni modo que iba a ir a una función más
temprano para que ningún alumno me reconociera. Ya tenía bastante con la
vaciladera de las convenciones de animé) y estando en el Cinex de Concresa los
vi a ellos dos, que en aquella época eran novios. En ése entonces él era
Alcalde de Baruta.
Crecida
mi fama de ser “otaku” en el colegio, ésta sólo me trajo eventos insólitos:
llegó a suceder que una representante me citó para hablar conmigo. Creía yo que
quería hablar sobre las notas de su hija o tal vez, quería quejarse de algo. No
sé. Pero cuál sería mi sorpresa cuando me dijo esto: “Profesor Terán: mi hija me
dijo que hay un evento llamado la convención, que eso es en tal parte, y a mí
no me gustaría que fuera para allá. Pero ella me dijo que usted es fanático de
esas cosas, por lo tanto, si Ud. Va con ella, yo le doy permiso de ir, si no,
no.” Mi cara era de asombro, ¡No podía creer la maldición que me había caído!
Al principio le expliqué a la señora que las cosas no eran exactamente como
ella decía y le dije que no sabría si fuera a tal evento. Ella de todas formas
me dijo, que si me decidía, me daba la cola y nos llevaba. Pero que le avisara
con tiempo.
Busqué
a la alumna en el recreo y le pregunté si se había vuelto loca, qué cómo iba a
decir que yo era fanático del animé y esas cosas. Lo cierto es que esa niña
imploró, suplicó y me rogó para que fuera a la Convención con ella…. Y sus
amigos. Pues, enterados otros alumnos que acepté ir, los padres de ellos
también me pegaron encima el cartel de “Niñero otaku”
Pasaron
los años, y bueno, no fui a todas las convenciones que había. Yo tenía cosas
también que hacer y vivir una vida, más allá del animé.
Pero
los otakus en su lucha no daban tregua contra mí. Una joven que fue alumna mía,
y de la cual yo me burlaba diciéndole “emo japonesa” (pues era idéntica a las
chicas de muchos animé y por supuesto, era también otaku) desarrolló conmigo
una muy buena relación de amistad, la cual se mantuvo años después de haber
terminado de trabajar como profesor e irme a otros lugares. Ya siendo ex alumna
y mayor de edad, se terminó enamorando profundamente de mí. Y sabiendo que la
lengua es el castigo del cuerpo, yo de gafo la acepté. ¡Y tuve una novia otaku!
Que hasta me pasaba canciones japonesas de amor. Fue ella una de las primeras
en llamarme “Kuma-Sensei”, porque según ella yo parecía un “oso” y como era
maestro ese debería ser mi nombre en japonés. Esto se cuenta y no se cree…
Cerrada
la etapa de profesor de bachillerato, salté a la docencia universitaria justo
cuando inicié mis estudios de Doctorado, y tenía yo la confianza plena que no
me encontraría más esos especímenes del mundo otaku.
Pero
me equivoqué nuevamente…
Dando
clases de Ciencias Sociales en el ciclo básico de la Universidad Simón Bolívar
pude comprobar con horror que esa universidad tan seria y tan científica estaba
llena y ¡repleta! de otakus, que en este caso era unos “otakus reloaded”,
porque no sólo sabían de la teoría, sino que muchos iban más lejos: aprendían
japonés (en la USB es una de las opciones de idiomas que pueden estudiar los
alumnos) y los que eran ingenieros de sistema o informáticos se metían por
internet y descargaban programas y aplicaciones de cosas que me parecían que
estaban híper actualizadas de ese mundo. Unos hacían modelos en 3D de sus
personajes favoritos, otros incluso diseñaban sus propias “fan stories” de
series o películas. Así pues, me enteré de un montón de cosas: series,
películas, directores, estudios de animación que desconocía. ¡Hasta se hacían
chistes entre ellos! (Uno de los que mejor recuerdo era este: “El otro día me
encontré una otaku toda deprimida. ¿Y saben qué hice? ¡La animé!”) Y todo me lo
decían alumnos que tenían la típica imagen de “frikis”, esos mismos que dentro
de unos años serán los Bill Gates del futuro.
Creyendo
que eso era así porque la Simón siempre ha sido una universidad especial, (como
para gente tipo los protagonistas de la serie “The Big bang theory”) continué
confiado mi experiencia docente esperando no volver a conseguirme locuras
otakus, y fue justamente en la Universidad Católica Andrés Bello donde más
reventó con todo furor la “demencia otaku”: mi ex novia veía clases allí (sí,
la que fue otaku) y para colmo de males en el primer curso que di como profesor
allá, en la materia Historia de la Cultura III me empecé a meter con los otakus
absolutamente confiado que no había nadie allí así. Otra vez me equivoqué. A la
clase siguiente recuerdo que unos alumnos llegaron con camisas de la leyenda de
Zelda, Evangelion, unos lentes como los de Harry Potter y cadenas con el
símbolo de las “reliquias de la muerte”. ¡Eso era como una marcha del orgullo
otaku! Y por supuesto, eso era para mí, como una especie de purgatorio.
Lo
más horripilante es que esos otakus eran –y son- gente estupenda. Sacaban las
mejores notas en los exámenes, intervenían bien en clases y en general era muy
buenas personas: full educados y con gran humor. (Hasta en una ocasión me
regalaron hamburguesas, refrescos y chocolates) Pero claro no perdían el tiempo
para vacilarme y echarme broma. Y tal como pasó en aquel colegio que daba
clase, como que mi fama anti-otaku se difundió… sólo que para joderme más. (Perdón
otra vez por la palabrota) Un día caminando, una alumna que ni me conocía ni le
había dado clases, me dijo: -“¿Usted es el profesor Terán?”, -“Sí, soy yo” le
dije. –“¡Ah! Ud. Es el que odia a los otakus, pero fíjese Ud. Tiene toda la
pinta de ser un Kuma-sensei” ¡¡¡Me horrorice!!! Sólo así me decía mi ex novia
otaku y no creo que ella haya regado eso por allá, sin embargo, la joven me
explicó por qué me parecía a un “kuma”, creo que hasta me habló de un pokemón y
así como me abordó se fue. Hasta el sol de hoy no la he vuelto a ver. Empiezo a
creer que fue una aparición malvada. Y aún no sé quién rayos le habrá dicho que
“yo soy el profesor que odia a los otakus” pero algún día lo descubriré. Han
pasado los semestres, y los otakus en la UCAB no dejan de crecer y
multiplicarse, y por supuesto, se meten conmigo y me dicen que “estoy
enclosetado” que debo “salirme y liberarme”, y otras cosas para mortificarme,
pero aun así sigo firme y resistiendo su ofensiva y su bullyng contra mí.
No
podía terminar este relato sin referirme a mi querida Alma Mater, la
Universidad Central de Venezuela, donde también doy clases y que cuando estudié
no recuerdo ni un solo caso de algo que se acercara ni remotamente a la cultura
otaku, razón por la cual tenía esperanzas de que la UCV fuera un “territorio
libre”, pero como pasó en la USB y la UCAB, me volví a equivocar…
Aquí
los “otakus” que más abundaban eran de la sub-especie harrypottera, y con el
mayor horror y espanto me pude percatar que los fanáticos de éste niño brujo,
también resultaron ser no sólo de los mejores alumnos que he tenido, sino
excelentes personas con quienes he compartido muy buenos momentos, tanto dentro
como fuera de las aulas de clases. Como la mayoría de éstos sí quiere ser historiadores,
se informaban bien y se documentan de datos sobre el “cómo se hizo” o “en que
se inspiró” la autora para hacer tal o cual personaje, o recrear tal suceso.
Por ejemplo, yo me sorprendí de saber que la “Batalla de Hogwarts” fue un 2 de
mayo, porque la autora se inspiró en la famosa Batalla de Berlín de la II
Guerra Mundial. Y así, gente seria de gran aprecio que me ha tocado conocer,
tiene siempre debilidad por alguna cosa otaku: si no es del típico animé
japonés, es harrypottero, o si no un friki gamer.
Definitivamente
los otakus estaban por doquier, hasta en los sitios donde trabajaba. No importa
donde fuera, siempre habría uno. Parece que habían llegado para quedarse.
Pues
sí, ha sido un largo trayecto, de casi una década de lucha con los otakus
abusadores, quienes más de una vez me han atormentado la paciencia,
considerándome unos de los suyos, únicamente porque me gusta un poquito la saga
de Star Wars, y que como historiador debo conocer muchas cosas por Cultura
general, y sé algo de Japón y su cultura, más nada.
Han
sido casi 10 años resistiendo convenciones, confusiones, vaciladeras y bullyng,
y especialmente sufriendo el famoso refrán: “la lengua es el castigo del
cuerpo”, pues tampoco son tan malos ni fastidiosos como me los imaginaba en un
principio, sin embargo, no cederé ni caeré en sus trampas y demás encantos. Aquí
estamos y aquí seguimos. Seguiremos siendo gente seria, normal y estaremos aguantando
al inminente apocalipsis otaku que parece haberse iniciado con la fiebre
mundial del Pokemón Go!.
Otakus
del mundo: ¡no me venceréis! ¡La lucha sigue!
¡¡¡Gracias por leerme!!!
Dantesol
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